Economía de Guerra Permanente: estrategias [erróneas] de salida ante la crisis

Brandon Young Durán

En los consejos de gobierno, debemos estar alerta contra el desarrollo de influencias indebidas, sean buscadas o no, del complejo militar-industrial. Existen y existirán circunstancias que harán posible que surjan poderes en lugares indebidos, con efectos desastrosos.

Dwight D. Eisenhower, 17 de enero de 1961.[1]


Foto: Brian G. Rhodes

Una de las principales lecciones que la Segunda Guerra Mundial le trajo al capitalismo fue que elevar el gasto militar podía fungir como un estímulo para la economía (Bellamy, Holleman y McChesney, 2008). Conocido como Keynesianismo militar o economía de guerra permanente, el objetivo era conseguir el pleno empleo mediante la formulación de políticas destinadas a impulsar la producción bélica industrial. Y en efecto funcionó, ya que el cuantioso incremento del gasto militar de Estados Unidos durante la guerra permitió que superaran los estragos causados por la Gran Depresión. Fue entonces que el establishment estadounidense se percató de dos cosas. La primera fue que necesitaban, si deseaban mantener su hegemonía en el mundo, consolidar una infraestructura bélica industrial para producir los armamentos y otros pertrechos necesarios para desplegar su poder militar en el globo. La segunda fue que los gastos en defensa debían de mantenerse en una tendencia creciente.

Para justificar el enorme gasto en defensa, Estados Unidos ha buscado “enemigos necesarios” para mantener en funcionamiento la maquinaria del Complejo Militar Industrial herencia de la Segunda Guerra Mundial (Domínguez, 2006). Durante la Guerra Fría el enemigo fue la antigua Unión Soviética. Con el fin de la confrontación Este-Oeste, y tras la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), los Estados Unidos encontraron en las “intervenciones humanitarias” la justificación para mantener el alto gasto militar. Al comienzo del siglo, el ala neoconservadora de Washington eligió la “Guerra Global contra el Terrorismo” como su nuevo estandarte para continuar la carrera armamentista en favor de, según ellos, la libertad y la seguridad en el mundo con miles de millones de dólares destinados para la defensa.

Con el derrumbe del socialismo real en Europa, aunado a la disolución de la URSS, empezó una búsqueda de nuevos “enemigos” que justificaran y terminaran de cimentar el armamentismo estadounidense. Tal fue el caso del muy discutido ensayo de Samuel Huntington en la revista de Foreign Affairs en 1993, “El Choque de Civilizaciones”; que posteriormente sería convertido en libro. En este, el autor argumenta que las nuevas confrontaciones ya no serán por cuestiones ideológicas, sino por diferencias entre civilizaciones. El conflicto ahora se traslada hacia otro plano, según Huntington, en el que la civilización Occidental se enfrenta con las no-Occidentales (Huntington, 1993). Este pensamiento fue el que permeó en los llamados halcones de Washington que orquestaron la invasión de Afganistán e Iraq en 2003 y 2004, respectivamente.

La Guerra Global contra el Terrorismo permitió que todo el andamiaje bélico industrial de Estados Unidos se modernizara y continuaran los elevados gastos militares. ¿La razón? Perseguir a quienes perpetraran atentados terroristas como los del World Trade Center en Nueva York en 2001. Washington y sus aliados solicitaron a sus congresos y parlamentos que destinaran cuantiosas cantidades para luchar contra terroristas que se ubicaran en otras latitudes, ya que, como lo dijo la ex secretaria de Estado, Hilary Clinton: “Estados Unidos se reserva el derecho de atacar en cualquier lugar del mundo a todo aquello que sea considerado una amenaza directa para su seguridad nacional” (Bacevich, 2012).

Las empresas dedicadas a la industria militar en Estados Unidos tienen importantes obligaciones con el Departamento de Defensa y el Pentágono ya que cuentan con contratos para suministrar a las Fuerzas Armadas de armamento. En este sentido, Lockheed Martin tuvo un contrato para el año fiscal 2021 por $40.2 billones de dólares con el gobierno de los Estados Unidos, seguido por Boeing con obligaciones por $20.1 billones de dólares, Raytheon Technologies con $20.7 billones en contrato y General Dynamics con obligaciones por el orden de los $17 billones de dólares  (Bloomberg, 2022). Es importante notar que para el ejercicio fiscal del 2021 varias empresas farmacéuticas como Pfizer y Moderna aparecen dentro los primeros lugares de los contratos con el gobierno (Bloomberg, 2022).

Ahora bien, ¿de qué beneficios gozan estas corporaciones en los pasillos de Washington que les han permitido amasar un enorme poder económico, político y financiero? En primer lugar, tiene que ver con los contratos del Departamento de Defensa, ya que al suplir una demanda previamente conocida (es el Congreso quien solicita el número de aviones de combate, tanques, barcos, etc.), a precios previamente acordados (es cierto que en reiteradas ocasiones el presupuesto se eleva debido a diferentes factores de la producción no previstos), los márgenes de ganancia están garantizados. Aunado a esto, los asuntos de seguridad nacional y de defensa disfrutan de un elevado grado alto de prioridad dentro de los asuntos del gobierno, por lo que reciben atención antes de temas como educación, salud o seguridad social.

Del mismo modo, estas corporaciones que forman parte del Complejo Militar Industrial de Estados Unidos tienen un enorme poder de negociación frente al Congreso por una simple razón: los empleos. En los estados de la Unión, en los que se instalan las plantas de las distintas corporaciones se crean eslabones económicos debido a la creación de empleos directos e indirectos. Estos se traducen en votos que los congresistas añoran para alcanzar un escaño o mantenerlo mediante la reelección. Es por ello que las empresas dedicadas a la industria bélica buscan el apoyo de los senadores y congresistas al prometer abrir plantas para el, por ejemplo, nuevo avión de combate F-35 que impulsará la creación de empleos en un Estado determinado. De negarse el congresista, las empresas simplemente trasladarían su operación a otro Estado que resultaría enormemente beneficiado por la derrama económica.

Para concluir, podemos afirmar que los principales beneficiados de las actuales guerras y conflictos armados en el mundo son las grandes corporaciones del Complejo Militar Industrial. ¿Qué es lo que podemos esperar? Un aumento sostenido en los próximos años de los presupuestos de defensa de las principales potencias. Esto irá de la mano con una enorme transferencia de armas tanto a países “desarrollados” y en paz como a “subdesarrollados” y con conflictos. Habría que preguntarse si el incremento en los gastos militares no es pensado como una estrategia [equivocada] para salir de la actual recesión mundial.

[1] Discurso de despedida del presidente Dwight D. Eisenhower.

Bibliografía

Address, President Dwight D. Eisenhower’s Farewell. 1961. «National Archives.» Milestone Documents. 17 de Enero. Último acceso: 10 de Octubre de 2022. https://www.archives.gov/milestone-documents/president-dwight-d-eisenhowers-farewell-address.

Bloomberg. 2022. Bloomber Government. 14 de Julio. Último acceso: 11 de Octubre de 2022. https://about.bgov.com/top-defense-contractors/.

Bacevich, Andrew. 2012. Tom Dispatch. 19 de Enero . Último acceso: 10 de Octubre de 2022. https://tomdispatch.com/andrew-bacevich-uncle-sam-global-gangster/.

Bellamy, John, Hannah Holleman, y Robert McChesney. 2008. The U.S. Imperial Triangle and Military Spending. 1 de Octubre . Último acceso: 10 de octubre de 2022. https://monthlyreview.org/2008/10/01/the-u-s-imperial-triangle-and-military-spending/.

Beinstein, Jorge. 2013. «La ilusión del metacontrol imperial del caos. La mutación del sistema de intervención militar de Estados Unidos.» Mundo Siglo XXI 27-35.

Domínguez, Esteban Morales. 2006. «Imperialismo y economía militar norteamericana. El denominado complejo militar industrial.» Economía y Desarrollo 117-152.

Huntington, Samuel. 1993. «The Clash of Civilizations?» Foreign Affairs 22-49.

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