Violencia en grupo Acholi como política de perdurabilidad en el poder de Yoweri Museveni

Edith García Martínez

Ugandan president stops to make roadside phone call. Twitter explodes/The Guardian

En el norte de Uganda existe una región llamada Acholiland, conocida por sus reiterados escenarios de violencia que incluyen tanto secuestros, violaciones como muertes, específicamente vinculados con el grupo Acholi. Estos hechos se han acentuado desde la Guerra de los Arbustos (1981-1986), contexto en el que surgió el Movimiento del Espíritu Santo (SHM, por sus siglas en inglés), dirigido por Alice Auma.

Alice Auma, también conocida como Lakwena, referencia al espíritu mensajero que la poseía (Costa, 2020), era una figura clave dentro del SHM, pues sostenía al movimiento a través del uso de la coerción a las múltiples personas enlistadas, mismas que creían y mantenían avanzadas contra el gobierno demandando tanto la restitución de tierras como del poder.

El contexto del nacimiento del SHM (1986) está atravesado directamente por la política de contrainsurgencia, responsabilidad de Yoweri Museveni, actual presidente de Uganda. En este orden de ideas, el SHM conformado por acholis, a quienes se les arrebataron tierras y se les desplazó, se hallaban en una condición de desempleo, malnutrición, además, muchos de ellos eran disidentes de anteriores grupos armados desarticulados, mismos que, posteriormente se convirtieron en el Lord Resistance Army (LRA).

El liderazgo que Lakwena mantenía era rechazado por el gobierno y su política de contrainsurgencia aplicando un discurso que la demonizaba y etiquetaba de “salvaje”. Este discurso se sostenía debido a las prácticas rituales en el seno del SHM, pues se realizaban rituales en donde, por medio del uso de hierbas y aceites, los milicianos era ungidos, quienes a su vez entraban en una especie de trance y se les aseguraba que, de respetar las reglas que los espíritus dictaban, mantendrían inmunidad a la hora de la batalla.

Además, estas prácticas espirituales daban pie al interior del grupo a un proceso de coerción[1] (Allen. T., 2006, p  68), de manera que los milicianos confiaban plenamente en la capacidad de sus cuerpos para no ser atravesados en combate por las balas, siendo las conexiones espirituales de su líder con la naturaleza, un punto clave en el ejercicio. En caso contrario, de ser lastimados o fallecer en combate, ello sería interpretado como consecuencia del no haber respetado las reglas impuestas por las prácticas rituales (Allen. T., 2006, p. 62).

Tras liderar al HSM, a Lakwena se le desvalorizó y clasificó como bruja, prostituta y loca, adjetivos que la colocaban en un estado de rechazo en el país gobernado por un hombre (Yoweri Museveni). Museveni era una persona que mantenía soterrados los errores de los pasados gobernantes; todos con gobiernos penetrados por la colonialidad y la defensa de un status quo de gobernanza mediado por el uso de la fuerza. Sin embargo, el propio líder ugandés fue cómplice de los errores señalados, pues fue con base en el poder militar que pudo llegar a gobernar a través de un golpe de Estado.

Es importante para este punto señalar que el SHM fue un movimiento armado compuesto tras las injusticias perpetradas por el Estado en el norte de Uganda, especialmente contra la población Acholi, pero también para hacerle frente a la militarización hegemónica del Estado-nacional ugandés, condensada y personalizada en el National Resistance Army (NRA).

Al comienzo de la década de 1990, ya con el SHM disuelto[2], surge el LRA, grupo liderado por Joseph Kony, quien afirmaba ser sobrino de Alice e igualmente ser poseído por espíritus, lo que le valió la reunificación de las filas milicianas. Lo que era de llamar la atención era que la armada mantenía una dualidad entre las espiritualidades africanas y el cristianismo, ya que la base de su movimiento eran los 10 mandamientos bíblicos, además de mantener en su discurso que los esfuerzos y misiones estarían encaminados a la devolución de las tierras arrebatadas a sus filas.

Los elementos que conformaban el discurso de Kony, le sirvieron al gobierno para  categorizar al LRA como una secta cristiana y, al mismo tiempo, como una armada de “salvajes y rebeldes” a los cuales debía detener el ejército nacional; ejército que mantenía una base de reconocimiento sólido, dentro del marco de la institucionalidad, con apego a lo la fuerza dicótomica que detentaba la idea de lo “racional”.

Se puede ejemplificar la instrumentalización del LRA por Yoweri mediante la mediatización y la manera en la que categorizó a la armada, ya que “le dio al LRA un nuevo epíteto: ‘Ejército de Resistencia de Satanás’ (Allen. T, 2006, p. 74), glorificando y enalteciendo al ejército del Estado comandado por él, el NRA, al tiempo en que dividió y categorizó lo que debe ser entendido, respetado y apoyado como ejército. Se creó una dicotomía que posicionó al LRA como lo malo, lo diabólico, lo atrasado, lo rebelde y lo bárbaro y a su ejército como todo lo contrario.[3]

Durante el tiempo que estuvo operando el LRA en Uganda, sus miembros se fueron reduciendo y, consecuentemente, el grupo comenzó a secuestrar a niños y niñas, para entrenarlos -se decía- por su gran maleabilidad de mente, y a utilizar a las niñas como esposas de sus militares (Allen. T,2006. p. 134). Es importante decir que estas acciones emprendidas por el LRA fueron invisilizadas, sin embargo, se les utilizó como chivo expiatorio para el escenario nacional e internacional, ocultando las graves faltas a los derechos humanos que llevaban a cabo los militares del gobierno a cargo del presidente Yoweri.

La agrupación del LRA se fraccionó en pequeñas células después de una misión apoyada por Estados Unidos, conocida como “Iron Fist”, esparciendo su presencia a Sudán, Centroáfrica y República Democrática del Congo. El LRA llegó a secuestrar cerca de 30,000 niños y niñas, empleando tácticas para la exigencia de su obediencia como “cometer atrocidades para romper los lazos con sus comunidades de origen y matar a otros niños por desobedecer las órdenes o tratar de escapar” (Moncada, 2020).

Mientras tanto, Betty Bigombe, la entonces Ministra de Estado para el norte de Uganda, mantuvo conversaciones con el LRA y con grupos locales, que poco a poco le llevaron a casi firmar la paz. Sin embargo, Yoweri impuso condiciones que llevaron al establecimiento de un lapso breve para el desarme y rendición del LRA y pidió a la Corte Penal Internacional se ocupara del caso (Allen, 2006, p. 48).

Lo anterior puede interpretarse como un rechazo múltiple a las negociaciones entre los locales para la consecución de la paz, negando el perdón/amnistía llamada “Mato Oput” (Allen, 2006, p. 128) y procurando una aversión a los esquemas de ordenamiento establecidos por tradiciones ancestrales liderados por una mujer de origen étnico Acholi (Ojok, 2014), sin olvidar la nula parcialidad para la “otra” armada, el LRA.

El caso anterior se puede entender mejor con ideas prestadas de Nelson Maldonado, Walter Mignolo y Aníbal Quijano sobre la colonialidad del poder, del saber y del ser. Esta tríada pone de manifiesto que los gobiernos en Uganda han sido mantenidos por personas africanas que perpetúan el pasado colonial y piensan que el poder se detenta bajo los términos dictados por blancos occidentales, siendo sus reglas las únicamente válidas, formando un entorno político y social cobijado por el racismo que, según Grosfoguel, es una “jerarquía de superioridad y categorización de las personas en el sistema imperialista/occidentalocentrico/capitalista/patriarcal/moderno/colonial” (2012).

Dicha categorización lleva a lo que Franz Fanon llama “las zonas del ser”, en donde existen formas de administración de los conflictos de paz perpetúa con momentos excepcionales de guerra, mientras que en “la zona del no ser” se tiene la guerra perpetúa con momentos excepcionales de paz (Grosfoguel, 2012), siendo la paz válida si se lleva a cabo con medidas, tácticas y pensamientos enmarcados en la blanquitud heteronormada occidental.

Se colocó en “la zona del no ser” a aquellas personas a las que se les violó, ultrajó y asesinó, tanto por el LRA de Joseph Kony, como por el NRA de Yoweri Museveni y sólo se les permitió entrar a la “zona del ser” cuando sirvieron dentro de la mediatización internacional y campaña política del presidente ugandés de piel negra con pensamientos blanqueados; en su manejo para maquillar las atrocidades emprendidas por su propio ejército, acciones como múltiples violaciones y homicidios masivos en los poblados por los que pasaban “buscando” al LRA y así, enarbolar los avances que tenía en este tema, colocando una identidad salvacionista y paternalista que hizo al actual líder ugandés adherirse a la silla presidencial.

Fuentes:
Allen. T (2006). Trial Justice. The International Criminal Court and the Lord’s Resistance Army. Zed Boocks, International African Institute.

Costa. P (2020). La mujer que hablaba con las piedras. Jot Down Cultural Magazine. https://www.jotdown.es/2019/05/la-mujer-que-hablaba-con-las-piedras/

Fanon Frantz (2010). Piel Negra, Máscaras Blancas (Akal Madrid).

Grosfoguel. R (2012). La descolonización del conocimiento: Diálogo crítico entre la visión desconolonial de Frantz Fanon y la sociología de Boaventura de Sousa. El correo de la diáspora Latinoamericana. http://www.elcorreo.eu.org/La-descolonizacion-del-conocimiento-Dialogo-critico-entre-Frantz-Fanon-y-Boaventura-de-Sousa-Santos?lang=fr

Maldonado. N. (2007). Sobre la colonialidad del ser: Contribuciones al desarrollo de un concepto, en: Castro- Gómez, Santiago y Ramos Grosfoguel, El giro Decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global, Siglo del Hombre, Bogotá. http://ram-wan.net/restrepo/decolonial/17-maldonado-colonialidad%20del%20ser.pdf

Mocada. A (2020) Niños soldado, el horror de la guerra, Vértigo Político, https://www.vertigopolitico.com/politica/mundo/ninos-soldado-el-horror-de-la-guerra.

Ojok. B (2014). El perdón es nuestra cultura”: Amnistía y reconciliación en el norte de Uganda. Más allá de la intratabilidad. https://www.beyondintractability.org/casestudy/ojok-forgiveness  


[1]Si se respetan al pie de la letra, los combatientes quedan inmunes en el campo de batalla; si no, el combatiente será castigado (es decir, asesinado). En esta situación, el castigo no es solo impuesto por quien los lideran, en el SHM o el LRA, sino por los espíritus que siempre saben quién ha infringido las reglas, en cuyo caso el castigo final, es decir, la muerte, por impureza se hace efectiva (Allem. T, 2006, p. 62).

[2] En 1987, Alice se exilia a Kenia, puesto que Yoweri envió a aniquilar a su movimiento que era liderado por una mujer y que, por lo tanto, faltaba a las lógicas heteropatriarcales.

[3] Se debe hacer énfasis en que no se le exime de responsabilidad al LRA por las atrocidades y crímenes de lesa humanidad que cometieron durante décadas; sin embargo, el NRA también mantuvo reiteradas acciones de la misma índole y no se le cuestionó ni se le pidió rendición de cuentas, porque los amparaba el presidente y sus acciones quedaron en la impunidad, al mismo tiempo en que se le achacaba al LRA los crímenes del ejército nacional (Allen. T: 2006. p. 184).

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